Restos de tierra, grietas o el paso del tiempo.
Árido el barro donde apoyan los pies, las manos algo desechas. Las patas del caballo que hierven al calor del mediodía se ahogan en las matas, y reviven en los relámpagos del sol. La barda se insinúa a varios kilómetros y el borde del mar es un espejismo.
Huelen estas botas, piensa. Y aprieta la escopeta contra las costillas.
Le duelen los dedos por los hachazos. Lo incomodan en realidad las marcas de la soledad en su memoria.
Se detiene de a ratos y observa. El ceño fruncido por las arrugas de la sal en los poros.
El agua del tanque australiano donde se baña, viscosa y verde, ve pasar los días como un agujero. El molino a veces funciona.
La ruta queda a varios kilómetros. La tranquera es un borde desconocido.
No hay más luz que la del día y la de las velas rancias del primer cajón. El desierto como única compañía puede hacer que el silencio sea su única forma.
Exhibe la piel del gato montés que tragó las balas la tarde anterior. No huele el animal, sólo aparenta haber dejado la vida con algo de apuro.
Enseña una garra escondida en la parte trasera de las patas. Eso nadie lo sabe, dice. Sólo él y nosotros.
Algunas tardes, cuando las botellas del vino le galopan en las venas, se cae de la montura y duerme a la sombra de ramas secas. Por horas, hasta que los sueños dejan de apretarle las sienes. A nadie lastima con sus borracheras.
El cuero de la montura cruje y se rinde ante sus nalgas. Hace silencio otra vez. Desenfunda, apunta. No oculta su pulso desgastado. Le guiña el ojo derecho al aire celeste y dispara.
La espalda se arquea, el caballo brillante rebota en sus rodillas y otro gato se diluye en instantes.
Sonríe con los dientes más amarillos del almanaque. Dice algo de la buena puntería y de lo tanto que aprendió de su padre. Tan peón como él.
Cuando el sol deja de herirlo en las pupilas los alambres de púa se mantienen intactos. Cambian sólo las formas de la lana que dejan las ovejas como testigos inútiles de sus migraciones.
Ensilla a su caballo con esa costumbre que pone en peligro la sorpresa de cualquiera.
Sonríe. Las botas siguen espantando a los bichos. Su imagen no es más que una sombra encaminada al final del la línea del horizonte. Un espectro que logra poner en duda la existencia de un hombre tan solo como una fábula.
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